02 mayo 2010
La bonanza de las Antillas
Hace tiempo, tal vez demasiado tiempo, los cuentos de Italo Calvino recogidos en un libro (“La gran bonanza de las Antillas”) me dejaron una impresión que parecía indeleble. Han pasado varias eras, cientos de eones, y aquellas historias se han transformado, perdido, alterado. Sin embargo, queda un sabor residual unido al título y muchas mañanas despierto con el dulce aroma de la bonanza de las Antillas. Nunca he estado en el Caribe, no he pisado sus arenas ni sus vergeles, no me ha acariciado la piel la calidez de sus aguas, ni he temblado con la furia del viento que crea el huracán. Pero en esa maleta o mochila espiritual que cargamos a las espaldas, del imaginario individual y colectivo de una generación, la libertad del espíritu, del alma, vuela acompañada de la brisa entre millares de verdes y azules en búsqueda de la Arcadia perdida y de la Icaria soñada. La bonanza de las Antillas donde ningún ser humano nos es indiferente e insolidario, donde toda persona está como el recién nacido, in puris naturalibus, acariciado por el suave sol del amanecer.
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