30 marzo 2007

Niebla y olvido

Niebla y olvido, dos palabras que juntas parecen el título de un bolero. Cuantas veces me ha servido la niebla para sentirme en otro mundo, otra época, otra vida.
La niebla y el olvido viajan juntos en mi pensamiento como inseparables compañeros.
No me desagrada la niebla, mis ojos claros están acostumbrados mejor a sus veladuras que a la intensidad del sol.
No me disgusta sentirme envuelto, transportado, desorientado en sus difusos contornos.
Probablemente mi alma necesite sentirse libre, sin brújula, en demasiadas ocasiones y sobrevalore el efecto de la niebla en mis sentidos, su fuerza magnética, como un sur lleno de misterio.

21 marzo 2007

El alma vacía de banderas

Esta mañana la primavera no parecía tener muchas ganas de levantarse. Mientras caminaba por las frías calles barridas por la lluvia, el granizo y el viento, he visto agitarse amenazadoras varias banderas diferentes e iguales y he recordado.
He recordado otros tiempos en que la música y los himnos, las voces corales, sobrecogían el espacio y el cuerpo proclamando que el “alma estaba llena de banderas”. Tal vez nunca hayas oído el nombre “Quilapayún” pero como todos los nombres tuvo su época dorada. Este grupo de voces comprometidas con los ideales de su época, nos hacían, a muchas personas, sentir, vibrar… era un tiempo distante y distinto.
“Un alma llena de banderas”, me pregunto en un pensamiento auto-reciclable. ¡Menudo alma sería necesaria hoy para albergar tantas banderas!
Las banderas han proliferado tanto que ganan en capacidad reproductora a las conejas, cuya fama como generadoras de vida es importante. Prácticamente cada persona, cada individuo tiene su propia bandera. Las banderas son ya como esas camisetas en las que cada cual (que tenga algo de dinero que quiera tirar a la basura) puede mandar imprimir cualquier cosa y digo cosa porque la mente tiene infinidad de escalas y no todos hemos recibido los mismos dones intelectuales, morales, afectivos o de cualquier otra clase. Esto último no es malo ni es bueno. Y creo que la diversidad es el mejor don que tiene la especie humana.
La bandera es el símbolo exclusivo de un bando, de una facción, de una fratría, de un partido, de un estado... La bandera es excluyente y provoca grandes conflictos humanos. Cuando no crea tensiones violentas, construye absurdas situaciones protocolarias. ¿Qué bandera va en primer lugar?, ¿la tuya o la mía?, ¿la vuestra o la nuestra?
Recuerdo la primera vez que te oí decir que bandera en muchos idiomas era equivalente a trapo. No sé si es cierto o no pero creo que un trapo tiene más dignidad que una bandera. Un trapo tiene varias funciones de importante utilidad y no fue creado o pensado para ocasionar conflictos, sembrar diferencias o crear enemistades.
Es evidente que sí, que prefiero cualquier humilde trapo, que me parecen los trapos más importantes que todas las banderas juntas, reunidas en procesión solemne.
Tal vez sea un pensamiento muy simplista, reduccionista hasta el absurdo, pero en un momento en que parece que diferenciarse del resto es lo más importante, pero no diferenciarse como individuo si no como banda (y no exactamente de música) o como tribu, prefiero perderme en la belleza de la diversidad sin tensiones, los colores diferentes y ricos de la piel humana, de los ojos, de las sonrisas, la variedad singular, la riqueza de las almas tan diferentes e iguales, del espíritu que no desea fronteras irreales, trazadas por intereses de oligarquías mentales, religiosas, políticas o económicas.
Aquí, ahora, luego, cuando aun no se sabe si la primavera quiere llegar o prefiere estar ausente, si la era de Acuario va o viene, si cualquier artificio o invento humano está hecho más contra la propia naturaleza humana que a favor de las personas o la madre tierra, tengo pocas cosas claras pero desde luego prefiero tener el alma bien vacía de banderas.

13 marzo 2007

Dolce & Gabbana y la estética del fascismo

Siempre ha habido genios y geniecillos. Tarugos y taruguillos. Ricos y riquillos. Muchos de los que nos venden humo suelen creerse especiales, por encima de todo, del bien y del mal, de los seres humanos. Son semidioses o se lo creen.
Un ejemplo claro son los dueños de Dolce & Gabbana. Sus campañas publicitarias tienen una estética completamente fascista. Y digo sus campañas porque si las pagan son suyas y habrán hecho una selección natural con su abundante dinero de los publicistas que se las preparan a su medida. Estética fascista que nos retrotrae a los tiempos tenebrosos del Duce o del Führer, contemporáneos al fin y al cabo. Uno se da una vuelta por las revistas que acompañan a los periódicos y puede ver, por ejemplo en doble página del EPS de “El País” de este domingo (11 de marzo de 2007), al “hombre nuevo”, a la esencia del pro-hombre fascista: cuatro varones musculazos, con cortes de pelo fijados con brillantina y peinados hacia atrás. Esto por no mencionar la controvertida y criticada fotografía de violencia de cuatro hombres contra una mujer.
Uno puede volverse un poco hacia atrás y contemplar las mismas imágenes en cualquier hemeroteca que contenga periódicos de la época de la dictadura franquista, revisar los sellos, las imágenes que ahora resucitan periódicos del color de “El Mundo” o buscar en la Red cualquier obra fotográfica de Leni Riefensthal o cualquier escultura de las que abarrotaron Berlín, Bucarest, Lisboa, Madrid, Roma, Viena…, para conmemorar los triunfos de los diferentes fascismos europeos. Vuelve la estética del fascismo y los susodichos genios de la moda se defienden con algo curioso: acusan de ejercer la censura a los que se quejan de su publicidad.
Son tan demócratas que no diferencian, ni saben diferenciar, lo que es la censura totalitaria (que tal vez añoran), que no permite que una opinión o una obra salgan a la luz, con la repulsa o la queja que provoca en muchas personas que no comparten su “estética” o su gusto estético, algo que libremente han podido distribuir mundialmente, gracias a su dinero.

Hace mucho tiempo que me volví transparente

Hace mucho tiempo que me volví transparente. Casi, casi invisible. O sin el casi.
Cuando uno se va acercando a los cincuenta ve las cosas de otra manera. Ni mejor, ni peor, pero de otra manera.
Te vas acostumbrando al efecto que no produces en la gente.
Te vas adaptando e incluso acomodando poco a poco a esa insoportable levedad del ser (que me perdone Milan Kundera), a esa sensación de que muchas personas tienen la extraordinaria facultad, el maravilloso don, de mirar a través de ti.
Digo a través porque no ven o no sienten tu presencia. Ni falta que hace, probablemente.
Eres alma y el alma es invisible, al fin y al cabo.
Quizás no sea importante porque poco a poco vas asimilando que el pequeño número de personas (cada vez más pequeño por selección natural) que te aprecia es el único grupo humano que consigue vislumbrarte un poco.
Y aunque sea poco, se agradece.