Esta mañana la primavera no parecía tener muchas ganas de levantarse. Mientras caminaba por las frías calles barridas por la lluvia, el granizo y el viento, he visto agitarse amenazadoras varias banderas diferentes e iguales y he recordado.
He recordado otros tiempos en que la música y los himnos, las voces corales, sobrecogían el espacio y el cuerpo proclamando que el “alma estaba llena de banderas”. Tal vez nunca hayas oído el nombre “Quilapayún” pero como todos los nombres tuvo su época dorada. Este grupo de voces comprometidas con los ideales de su época, nos hacían, a muchas personas, sentir, vibrar… era un tiempo distante y distinto.
“Un alma llena de banderas”, me pregunto en un pensamiento auto-reciclable. ¡Menudo alma sería necesaria hoy para albergar tantas banderas!
Las banderas han proliferado tanto que ganan en capacidad reproductora a las conejas, cuya fama como generadoras de vida es importante. Prácticamente cada persona, cada individuo tiene su propia bandera. Las banderas son ya como esas camisetas en las que cada cual (que tenga algo de dinero que quiera tirar a la basura) puede mandar imprimir cualquier cosa y digo cosa porque la mente tiene infinidad de escalas y no todos hemos recibido los mismos dones intelectuales, morales, afectivos o de cualquier otra clase. Esto último no es malo ni es bueno. Y creo que la diversidad es el mejor don que tiene la especie humana.
La bandera es el símbolo exclusivo de un bando, de una facción, de una fratría, de un partido, de un estado... La bandera es excluyente y provoca grandes conflictos humanos. Cuando no crea tensiones violentas, construye absurdas situaciones protocolarias. ¿Qué bandera va en primer lugar?, ¿la tuya o la mía?, ¿la vuestra o la nuestra?
Recuerdo la primera vez que te oí decir que bandera en muchos idiomas era equivalente a trapo. No sé si es cierto o no pero creo que un trapo tiene más dignidad que una bandera. Un trapo tiene varias funciones de importante utilidad y no fue creado o pensado para ocasionar conflictos, sembrar diferencias o crear enemistades.
Es evidente que sí, que prefiero cualquier humilde trapo, que me parecen los trapos más importantes que todas las banderas juntas, reunidas en procesión solemne.
Tal vez sea un pensamiento muy simplista, reduccionista hasta el absurdo, pero en un momento en que parece que diferenciarse del resto es lo más importante, pero no diferenciarse como individuo si no como banda (y no exactamente de música) o como tribu, prefiero perderme en la belleza de la diversidad sin tensiones, los colores diferentes y ricos de la piel humana, de los ojos, de las sonrisas, la variedad singular, la riqueza de las almas tan diferentes e iguales, del espíritu que no desea fronteras irreales, trazadas por intereses de oligarquías mentales, religiosas, políticas o económicas.
Aquí, ahora, luego, cuando aun no se sabe si la primavera quiere llegar o prefiere estar ausente, si la era de Acuario va o viene, si cualquier artificio o invento humano está hecho más contra la propia naturaleza humana que a favor de las personas o la madre tierra, tengo pocas cosas claras pero desde luego prefiero tener el alma bien vacía de banderas.
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