30 diciembre 2006

Olvido

Hace dos tercios de los años que tasan mi edad tuve una amistad, tal vez un amor.
Ocupaba mis pensamientos, llenaba casi todo mi tiempo, nuestro amor, su esencia, tal vez su imaginación de serlo.
Me dijo: “Dentro de unos años solo recordarás mi nombre”.
Todo aquello que me pareció eterno se difumina como humo.
Y me doy cuenta de que es tan cierto lo que me decía: hoy solo recuerdo su nombre porque su nombre refleja el olvido.

28 diciembre 2006

Lo admito, nunca he estado en Venecia

Lo admito, nunca he estado en Venecia.
Es verdad, después de tanto fardar de viajero, tengo que reconocer que no he estado en esa bella y enigmática ciudad adriática. Y, lo que más me duele, es que pude haber visitado la ciudad de los canales, los puentes, San Marcos, las islas enigmáticas, la judería, la laguna… y no lo hice.
En mi lejana época de mochilero me atrajo más el Norte (Inglaterra y Francia, sobre todo). En mis viajes de un poco menos joven, los saltos al “charco”, el centro y norte de Europa, también el noroeste italiano o el Mediterráneo, pero casualmente, cuando se cruzó la posibilidad en mi camino, tomé el rumbo equivocado, probablemente porque a Venecia se debe ir sólo o con una única persona, la persona apropiada. Y ninguna de las dos opciones era posible en aquellos momentos.
Aunque realmente podría decir que estuve en varias ocasiones acompañando a Hugo Pratt y Corto Maltés en su aventura de “Fábula en Venecia (sirat al bunduqiyyah)”. Con estos compañeros de incalculable valor, me he sentido también a gusto en muchas partes de este amado planeta, en Siberia, en Irlanda, en diferentes regiones de África, América, Asia y, cómo no, Europa.
Así que cuando releí un recorte olvidado de “El País” que refería la aparición de un libro titulado “La Venecia secreta de Corto Maltés. Itinerarios fantásticos y ocultos de Corto Maltés en Venecia” escrito por Guido Fuga y Lele Vianello, me puse rápidamente en contacto con mi librería habitual para encargarles el libro a Teresa e Itziar, y de este modo honrar a mi amigo de juventud y adultez (¿se dirá así? Sí, lo acabo de comprobar).
Cuando hace pocos días me encontré su mensaje en el contestador telefónico me puse nervioso pensando que hasta ayer no sería capaz de pasar a recogerlo y que por culpa de una comida navideña de trabajo (de esas que suelen ser un puro castigo de las almas libres) y otros deberes, no podría ojearlo hasta hoy por la tarde.
Cuando he abierto sus páginas de olor a libro recién impreso (bueno lo de recién es probable que no sea cierto), me he quedado boquiabierto desde el primer momento. Menuda frasecita (anónima según los autores) que abre boca:
"Viajar educa, pero quien parte mono, regresa mono".

¿Será verdad? Estoy seguro de que lo es. A mi me pasa lo mismo. A pesar de que los viajes me van educando, partí bárbaro boreal, cazador paleolítico, y así regreso siempre al hogar.
¡Qué le vamos a hacer!
¡Es la vida!

Doce tristes monos

Doce tristes monos, desesperados, con la mirada perdida, esperan-desesperan dentro de su jaula triste, de su triste cárcel oxidada.
Doce tristes monos, ni uno más ni uno menos, doce, tristes, monos, compañeros, monos, en la desesperación.

El escondite en las palabras

Escribía Fernado Pessoa que el poeta es un fingidor y realmente creo que cualquier persona que escribe algo (no califico la calidad de lo escrito porque no tengo capacidad para hacerlo) finge en mayor o menor medida.
Escondemos la verdadera cara de las cosas y las damos un toque diferenciador en lo bueno o lo malo, en lo hermoso o en lo feo, en lo útil o en lo superfluo, llevamos los sentimientos al extremo o los abolimos.
El fin no sé cuál es en cada caso, en el mío probablemente sea darle una vía de escape al espíritu.