Hace poco compré un reloj que atrasa entre diez minutos y seis horas cada día. Es un reloj cuya batería se carga sola con el movimiento, vamos de esos que llaman cinéticos o “kinéticos”. Desde que lo tengo, me he dado cuanta de lo útil que es tener un reloj que marca la hora que le da la gana. El alma se ensancha y el silencio se presenta más amistoso.
¡El tiempo es todavía infinitamente más subjetivo y me encanta no depender tanto de él!
26 abril 2007
25 abril 2007
Las horas perdidas
Hay horas inciertas, horas crepusculares.
Tiempo donde todo parece detenido, parado, contemplándose a si mismo sin objeto ni objetivo.
Son horas perdidas o así se lo parecen a muchas personas.
Sin embargo, debo decir que me gustan esos tiempos muertos, esa separación temporal del mundo.
Me encanta su presencia súbita, inesperada, sin anunciarse.
Son momentos de duración indeterminada, con un ritmo sosegado, con minutos y segundos sosegados, frenados en su alocada carrera diaria a ninguna parte.
En esos momentos soy capaz de acordarme de mí, de ti, de nosotros y, a veces, pocas veces también de ellos.
Me acuerdo y me sorprendo porque los recuerdos también parecen bañados en aceite, relajados de acritud, disminuidos de ansiedad.
Hasta esos cretinos que me consideran su enemigo me parecen humanos.
Son esas horas perdidas que da gusto encontrar detrás de cada hoja, al lado de cada rincón, que juegan contigo al escondite y aparecen y se reafirman cuando les apetece.
Tiempo donde todo parece detenido, parado, contemplándose a si mismo sin objeto ni objetivo.
Son horas perdidas o así se lo parecen a muchas personas.
Sin embargo, debo decir que me gustan esos tiempos muertos, esa separación temporal del mundo.
Me encanta su presencia súbita, inesperada, sin anunciarse.
Son momentos de duración indeterminada, con un ritmo sosegado, con minutos y segundos sosegados, frenados en su alocada carrera diaria a ninguna parte.
En esos momentos soy capaz de acordarme de mí, de ti, de nosotros y, a veces, pocas veces también de ellos.
Me acuerdo y me sorprendo porque los recuerdos también parecen bañados en aceite, relajados de acritud, disminuidos de ansiedad.
Hasta esos cretinos que me consideran su enemigo me parecen humanos.
Son esas horas perdidas que da gusto encontrar detrás de cada hoja, al lado de cada rincón, que juegan contigo al escondite y aparecen y se reafirman cuando les apetece.
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