Hace poco compré un reloj que atrasa entre diez minutos y seis horas cada día. Es un reloj cuya batería se carga sola con el movimiento, vamos de esos que llaman cinéticos o “kinéticos”. Desde que lo tengo, me he dado cuanta de lo útil que es tener un reloj que marca la hora que le da la gana. El alma se ensancha y el silencio se presenta más amistoso.
¡El tiempo es todavía infinitamente más subjetivo y me encanta no depender tanto de él!
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