No recordaba al declinar la semana que de claveles y música se llenó la calle primaveral, la calle eterna, atemporal.
De claveles y primavera se llenó la vida, completa de grises hasta entonces, después brevemente colorida, de claveles, ruidosa de música, alborozada de personas y palabras, de libertad y esperanza.
Una alegre primavera repleta de claveles anticipaba la muerte del dictador, el ocaso de lo gris azulado que desde siempre había repintado a la vieja península.
Fue la primera vez, tal vez la última, que los uniformes no me parecieron odiosos.
Parecía el comienzo de una nueva era, tal vez lo fue, tal vez no, pero las cosas no volvieron a ser las mismas y una juventud siguió a la otra, y una vejez ocupó el espacio dejado por otra.
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