Es curioso como se pone todo.
Del “todo a cien” hemos pasado casi sin transición al “todo a euro”. Sin pesares, pesadumbres ni servidumbres. Está claro, somos una democracia occidental consolidada.
Todo tiene su precio, para unos justo para otros no tanto. Todo está tasado y puede observarse públicamente. Quien más quien menos sabe cuanto cuesta en su ciudad el metro cuadrado de suelo o de vivienda, el kilogramo de político o el beneplácito de cualquiera de las múltiples y adecuadas corporaciones de seguridad y servicios públicos. Todo está valorado, de forma proporcional a su lugar en esta sociedad capitalista, próspera para los mejores, “tirandillo” para el populacho (en el que me siente integrado y a gusto) y divina para los que tienen otorgado su puesto por la gracia de Dios.
No es que esté hoy especialmente rebotado pero tengo muy claro que la Santa Madre Iglesia se equivocó durante muchos siglos al considerar que las mujeres no tenían alma. En mi humilde experiencia, y partiendo del supuesto de que no estoy completamente seguro de tener ese órgano muy desarrollado, me resulta especialmente evidente de que he encontrado más mujeres con alma que especimenes de mi propio sexo que demuestre poseer esa “supranatural” característica.
Aún pecando de acientífico (muchas veces lo soy) creo que es difícil de integrar a muchos de los varones que conozco (gracias a Dios padre, a muchos poco y con ese poco me sobra) dentro de la categoría de seres humanos. Por suerte, hay una minoría que merecen todos mis respetos y hacen que me sienta orgulloso de nuestra especie. Pero tengo muy claro que la gran mayoría de los seres humanos son mujeres.
Sin ser feminista, que no lo soy, creo que si algo marcha mejor en los últimos tiempos se debe a que las mujeres están cada vez más presentes en todos los ámbitos sociales pero me apena comprobar como jóvenes (mujeres) de gran brillantez, inteligencia, sensibilidad y sentido, tienen una transformación inconcebible cuando se enamoran de jóvenes (hombres) bastante bastos, poco aseados, cortos de entendederas y supinamente machistas que, habitualmente no llegan ni a la altura intelectual ni emocional de la suela del zapato de sus parejas.
¡Así de jodida es la hormona!
¡Qué le vamos a hacer!
El caso es que quería haber hablado también de mis mulas y creo que tendrá que ser en otra ocasión porque estoy pasando los límites adecuados para un post.
¡Y eso no es prudente!
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