"Es peligroso abrir demasiado las puertas de la imaginación, pues ésta se alimenta de las ideas curiosas. Entonces, los sueños se transforman en una especie de posesión, y mirar al mar se convierte en el insoportable desafío de una línea de horizonte que oculta siempre nuevos ríos y tierras desconocidas."
Y sentí que una verdad antropófaga se reflejaba en esas palabras.
La imaginación devora, se alimenta de forma insaciable de toda idea nueva, vieja, sensata, absurda, pragmática o inconsistente, que emerge de las profundidades de nuestra mente etérea o de nuestro orgánico cerebro.
Las ideas, los sueños, los deseos, empiezan a tocar tambores de guerra, a danzar una rítmica y machacona marcha que apenas conseguimos eludir de nuestra cotidianeidad y nos va empujando poco a poco, suavemente al principio, de forma grosera más tarde, a emprender una nueva ruta, un nuevo salto a ese vacío del alma que supone salir al camino, una vez más, tal vez la última, para llegar a esos ríos, lagos, mares que se ocultan tras el horizonte oceánico.
Recordé al anciano que descansaba en un poyo de la plaza, el viento me trajo una vez más sus palabras:
“No pidas un deseo, no desees más de lo que puedas abarcar, tal vez se convierta en realidad y te devore la fuerza de tu imaginación o la del destino”.
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