08 noviembre 2008
Pongamos que hablo de Obama
Hay personas que despiertan una gran esperanza entre los demás. La ilusión recorre las calles y se vuelve contagiosa. La esperanza es mayor en tiempos de crisis. Ilusión, esperanza y crisis se combinan y crean una atractiva sensación de que todo se mueve a un ritmo vertiginoso. Obama es en estos momentos una gran esperanza para millones de personas. Una esperanza de que las cosas cambien, se modifiquen para favorecer de forma equitativa a todos. La esperanza no tiene mucho que ver con el realismo. ¡Qué más da! A mí también me ilusiona y tengo grandes esperanzas en su gobierno. Sin embargo, los siglos van pasando con grandes cambios externos que no lo son en la estructura fundamental de la psique humana: siempre hay personas que están arriba y otras que estamos debajo, mucho o poco pero debajo.
La esperanza es un arma de doble filo y debemos recordar que “En el fondo de la caja” de Pandora, dice Michael Köhlmeier, “no quedaba más que la esperanza, que había permanecido sin poder salir. Desde entonces, la esperanza fue administrada por Prometeo, quien la custodió y nunca dejó que sus criaturas la percibieran completamente. La esperanza es una medicina muy fuerte, en su forma pura, sin diluir, puede hacernos daño. Por eso Prometeo se cuidó mucho de que la esperanza no fuese administrada sin el recuerdo”.
31 octubre 2008
Octubre bancario, noviembre regio…
Empiezas a escuchar que viene una ola de frío en la emisora sintonizada en el automóvil como si no supieran tus huesos y articulaciones que la ola ya está aquí. Eso es lo bueno que tiene la edad, o más bien tener cierta edad, que el barómetro ya lo llevas incorporado.
Frío, crisis económica, banqueros llorando lágrimas de champán y babas de caviar… y en esto que viene la reina a deleitarnos con sus sabios consejos. Así somos y así seremos (¿?), súbditos obedientes y complacientes. Hoy de ti, mañana de mí, súbditos de este reino global que amanece gris entre tanto pobre banquero rico al que tenemos que subsidiar entre todos.
Y que no decaiga la alegría, que con vaselina la sonrisa sale más amable y festiva…
A todo esto ¿es cierto que Bush nos deja? ¿será un sueño? Tal vez todo no sea malo este noviembre que comienza.
02 octubre 2008
Leonard Cohen y el Apocalipsis
Necesitaba caminar sin un rumbo fijo y mis pies me han llevado por la orilla de la mar.
Las nubes y el viento continúan siendo algo constante de este anciano verano vestido de otoño y las pinceladas de gris oscuro eran la principal esencia de las aguas marinas.
Estos paseos son una buena catarsis porque los pensamientos que se agolpan en mi interior van saliendo a trompicones y se van deshaciendo como algunas nubes, poco a poco, o se desbordan en lluvia torrencial, como otras.
Y así me viene a la cabeza un pensamiento sobre el Apocalipsis y si Juan se refería a los tiempos venideros o tenía la premonición y la escribía que el nuevo dios, amalgama y caos de dioses antiguos, sería como un apocalipsis para el conocimiento y el modus vivendi de sus tiempos.
¿Quién lo sabe?
Yo no desde luego, porque el pensamiento me duró milésimas de segundo, cuando fue sustituido por otro sobre los pescadores de caña y su extraña afición.
Fui pescador hace años, muchos años y me consideraba bueno. Luego me dio por sentir que era una afición totalmente anodina que se basaba en capturar, hacer sufrir y matar a seres vivos. Y por mucho que dijeran los puros (cátaros) que seres vivos solo eran los que copulaban y que los peces no lo hacían, la Ciencia ha avanzado mucho y la agonía y muerte de un pez siempre me ha dejado trastornada el alma.
Tal vez exagere en mi comentario pero qué más da.
Miro a los pescadores con la misma mirada tolerante que miro a los fumadores, tal vez con más porque los conversos a veces nos pasamos siete pueblos con nuestras críticas. Aun así, cada vez se me hace más difícil entrar en un local donde se fuma.
Poco después Leonard (Cohen) me empezó a cantar al oído que todos tus hombres habían sido comerciantes y me quedé preocupado. Me quedé preocupado por ti y por mí, por qué lo voy a negar.
Por mí, porque tal vez sin darme cuenta pertenezco a esa “especialidad” humana que tan poco me gusta.
No creo que el comercio haya supuesto tanto para la Humanidad y si ha supuesto algo más bien creo que ha sido para su corrupción más que para su avance.
Y en eso que mi amigo Leonard me incita, me estimula, me dice que primero tomaremos Manhattan y después Berlín.
Teach your children... Crosby, Stills, Nash & Young
Las flores crecían en las veredas y la luz parecía llenar los lienzos de hermosas utopías.
Mirabas con toda la fuerza de tus ojos y el horizonte parecía tan cercano,
tan próximo como el amor.
La luna y el sol se llamaban hermanos.
El paraíso estuvo muy cerca de haber existido alguna vez.
Tus pensamientos vagaban por la etérea esfera
en la que confluían todos nuestros universos
y la felicidad parecía al alcance de tus curiosos, juguetones dedos.
El alma se llenaba de banderas, la música era mensaje, evasión, vida.
Tal vez fue ayer, tal vez fue nunca.
22 septiembre 2008
A un clic de distancia
La magia blanca de la ilusión por las pequeñas cosas.
Abres un libro y surge al azar una frase que te conmueve.
Haces un clic en el ratón y aparece una página donde encuentras algo que te sorprende, te enternece o enerva.
Esa magia radica en el alma, en la mente, que no sabemos si es liviana o pesada, según con que lente nos de por mirarla en la brumosa pero energética mañana.
Y aquí queda una frase robada, a un para mí poco conocido escritor japonés, Haruki Murakami.
Aquí queda una esencia que te dirá mucho o poco, tal vez nada, pero que me ha hecho recordar que la luz es tan bella como su ausencia.
"Sí, en aquella época, yo hablaba a solas como si estuviera recitando un poema".
13 septiembre 2008
Desde la atalaya marina
Contemplas el declinante, rojizo horizonte, de esta tarde de suave primavera, desde tu atalaya marina.
Los azules se funden con los índigo, grana, oro y plata, en la distante lejanía de la inmiscible suspensión de aire y agua.
Los barcos, grandes y pequeños, blancos y negros, verdes o rojos, de ruidosos motores o silenciosas velas, hilan sus rectos caminos sobre la salada superficie de la bahía.
Se enmarañan y confunden sus trazos, se borran y dibujan sus efímeras líneas.
Siguen sus rastros tus soñadores ojos, mientras labran historias y fantasías con la plata de sus estelas.
Son fantasías viajeras, de países lejanos, países cubiertos de sol y de bruma.
Sientes las raíces, metamorfosis de tus pies, taladrar la familiar y cálida tierra pero tu alma etérea se eleva hasta acariciar las nubes que envuelven tus pensamientos.
El camino muta continuamente, se transforma en cada instante y esquina, se teje con argénticos y áureos hilos, mientras se abren a tus ojos, tus pies, tu mente, las multicolores imágenes de esa aventura que es la vida, tu vida entera.
Ilustraciones de Tania Quindós González
Una llamada, una vida pretérita
Me sorprendió tu llamada. La tarde paseaba aburrida intentando deshacer el nudo que provocaba la tos en mi garganta cuando sonó el teléfono. Tu voz se me hacía extraña al principio. Tu saludo; sin embargo, no había cambiado con los años. Me permitió reconocerte. No dudar sobre la autenticidad de los recuerdos que emergían reclamados por la magia de tus palabras encadenadas a través de la línea.
Me sorprendió tu llamada. Aun más tu invitación. Esta última avivó mis recelos. ¿Por qué, después de tantos años, volvías a dar señales de vida? Decimos así, “dar señales de vida”, como si uno muriera en realidad cuando deja de formar parte de nuestra historia cotidiana. Como si fuera tan fácil desparecer y aparecer. ¿O lo es realmente?
Pienso que a muchos nos gustaría estar ausentes durante esos momentos desagradables tanto por su carga excesivamente dramática como por la ausencia de cualquier vestigio de vitalidad. No sólo pienso o creo que es así, lo sé.
Como decía tu admirado Conan Doyle o alguno de sus directos o indirectos biógrafos puso en sus labios yertos, lo sé, estoy seguro, no es un pensamiento o una creencia. Y en este grupo de personas te incluyo a ti. Sí, ya lo sé, mi manía de clasificar todas las cosas. Manía de científico o pseudocientífico, porque, bien es verdad, al cabo de los años quién sabe lo que realmente es uno.
En estos pensamientos estaba inmerso cuando te vi entrar por la puerta de aquella cafetería de falso aspecto irlandés donde habíamos quedado. Tu pelo seguía siendo ensortijado aunque las canas cubrían bastante más tu cabeza que los cabellos oscuros tan típicos antes. Miraste a tu alrededor antes de darte cuenta del lugar en el que me hallaba sentado. Me pareció notar la sorpresa en tu rostro. Sorpresa probablemente asociada a los rasgos cambiados que apreciaste en mi cara. O tal vez no porque nos mentimos, como se debe mentir en estas ocasiones, al decirnos que estábamos igual que siempre como si el tiempo no pasara por nosotros.
Nunca me han gustado estas afirmaciones falsas. Esas mentiras piadosas tan comunes y bien valoradas. Pero el roce social poco a poco ha ido limando también las aristas de mi carácter y cada vez soy más dado a callar o a mentir con mayor o menor éxito. El tiempo había pasado por tu rostro y por tu cuerpo aunque tu forma de vestir parecía haberse estancado en otras décadas. Seguían tus manos estando repletas de anillos. Anillos que me resultaban equilibradamente conocidos y nuevos. Ese hábito tuyo siempre me había chocado. Desde los tiempos que compartimos de estudiantes en el instituto tuviste una gran afición por los anillos y sortijas. Me parecía llamativo. Llamativo, sobe todo porque jamás soporté llevar anillos, cadenas, collares u otros adornos parecidos.
Pediste un café. Me sorprendí de nuevo por este cambio de hábitos. No recordaba que bebieras café. Es más, alguna vez te oí algún comentario contrario al café, al té, a cualquier infusión. Te parecían bebidas de ancianos. Tal vez ahora eres una persona anciana y eso explicaba tu petición. O tal vez no. ¿Porque cuántos años podrías tener? Recordé que compartíamos algunas clases en el instituto y eras, creo recordar, un par de años mayor. Entonces, en términos técnicos, no podría decir que fueras una persona mayor. Tal vez pensaran diferente algunos de los jóvenes que departían alegremente acodados a la barra del café.
Bueno,- te dije- ¿por qué querías verme?
- Veo que sigues tan directo como siempre. Siempre al grano. No se debe perder el tiempo.
- Las cosas han cambiado en muchos aspectos pero en las conversaciones me gustan poco los circunloquios. Me intriga que nos veamos después de tanto tiempo sin saber nada el uno del otro.
Tu mirada parecía cansada. Las ojeras que rodeaban, enmarcaban, tus ojos, eran demasiado nítidas. Daba la impresión de que habías tenido poco éxito con el sueño la noche pasada. Aun así, tu rostro mostraba una concentración excesiva, como si realmente te costar estar donde estabas y hablar conmigo.
- No lo sé. No se por qué necesitaba verte, hablar contigo. Tal vez necesitaba hablar con alguien que no me hubiera tratado mal. Con algún amigo aunque fuese un amigo pretérito.
La realidad es cambiante. La realidad presente y la realidad pasada. “Alguien que no me hubiera tratado mal”. Me sorprendió esta frase. No recordaba que hubiéramos tenido una relación superficial. No recordaba que mi trato hacia ti fuera malo pero tampoco que fuera especialmente maravilloso. Mientras vagaba entre recuerdos, una certeza afloraba cada vez más en mi pensamiento. Veía claro que estaba hablando con una persona que me resultaba completamente extraña. Y me parecía imposible teniendo en cuenta los muchos años en que habíamos compartido tantas cosas.
27 abril 2008
Víctimas de la absurda moral religiosa: Richard F. Burton (1821-1890)
A su muerte, su viuda, católica integrista, echó a la pira purificadora una gran cantidad de su material antropológico inédito, inapropiado en su descripción de costumbres humanas que eran inadecuadas para la sociedad puritana de su época.
Sea este un pequeño tributo desde la nada, en la inmensidad de la noche y del tiempo. Que las claras fuentes del Nilo limpien el cansancio de su curtido rostro cada mañana de esta blanca eternidad pero no borren su nombre.
Claveles de revolución
No recordaba al declinar la semana que de claveles y música se llenó la calle primaveral, la calle eterna, atemporal.
De claveles y primavera se llenó la vida, completa de grises hasta entonces, después brevemente colorida, de claveles, ruidosa de música, alborozada de personas y palabras, de libertad y esperanza.
Una alegre primavera repleta de claveles anticipaba la muerte del dictador, el ocaso de lo gris azulado que desde siempre había repintado a la vieja península.
Fue la primera vez, tal vez la última, que los uniformes no me parecieron odiosos.
Parecía el comienzo de una nueva era, tal vez lo fue, tal vez no, pero las cosas no volvieron a ser las mismas y una juventud siguió a la otra, y una vejez ocupó el espacio dejado por otra.08 abril 2008
Vida y destino (Vassili Grossman)
No sólo los causados por el totalitarismo fascista, bajo su disfraz nazi en este caso (con la odiosa figura de Hitler entre líneas), si no también esos totalitarismos que se disfrazan de avance social y que se escudan en que los enemigos exteriores quieren eliminar las conquistas sociales, la revolución popular, para conculcar los derechos y libertades de sus ciudadanos. Esos totalitarismos que con un fuerte puño militar y grandes dosis de propaganda, nos engañan con una imagen bucólica, soñadora, con una sonrisa atractiva pero que esconden la abolición del ser humano sumergiéndole en una masa amorfa, en un rebaño que se siente cada vez más plácido bajo el tejado de la tenada o de la cuadra, con la seguridad de que habrá pasto o pienso, unas veces más otras menos, en el pesebre y se despreocupan de esos corderos, de esas viejas ovejas que van desapareciendo cada cierto tiempo, bien porque balan mal, tienen la lana negra o cualquier otra manifestación de su fenotipo o de su pensamiento que no coincide con el resto de los borregos.
No me sienta bien, desde luego que no y menos saber que su autor, periodista ruso que desde el frente de Stalingrado describió la barbarie de la guerra y por primera vez la existencia de los campos de exterminio nazis, no vio impresa su obra porque pasó a ser un escritor maldito para el poder corrupto soviético estaliniano al que no le gustaba que en su obra se mostrase fríamente el desmoronamiento real y moral de ese falso comunismo militarizado y de cómo las personas desde lo más hondo de su ser se rebelan, cada uno de la manera que podía o de que le era posible contra esa alienación constante del espíritu humano en que se convierte el poder mal empleado, el poder absoluto y su terror indiscriminado.
Me lo decía mi querido abuelo y me lo sigue diciendo en todos esos pensamientos, en esos sueños mágicos de las cada vez menos livianas noches de reposo o cada vez más pesadas vigilias, que no puede ser bueno ese cambio que se produce en la personalidad humana cuando uno se viste de uniforme, sea militar o civil, y esa persona se cree investida de un poder extraordinario, sobrenatural,… y su comportamiento empieza a ser distinto, menos amable, más autoritario, más servil con el poder, más soez con el anteriormente igual e incluso amigo, más brutal con el que consideran o aprecian débil.
Y los que hemos sentido la llamada de la utopía, y los que la seguimos sintiendo aunque tal vez cada vez más lejana, muchas veces no acabamos de comprender cual es la diferencia, la causa de que quien debe cuidar de nuestro bienestar se convierta en verdugo, en carcelero, en testaferro de un poder cada vez más distante de la gente corriente, de la ciudadanía, de esa gente que somos tú y yo, nosotros, de que quien deba ser amable se muestre brusco, agresivo…
Los Stalingrados se convierten en Hanoi, Santiago, Sarajevo, Sbrenica, Bagdad, Gaza, y crece nuestra indiferencia, nuestros ojos transforman su mirar en ovino, bovino, canino, cada vez más vacío, más ausente y encumbramos a curiosos personajes (Aznares, Bushes, Putines, Blaires,…), les damos alas, y se toman el poder por suyo, se lo guardan mientras pueden y si se lo quitamos con los votos (cada vez más livianos, menos sólidos), nos martirizan, intentan hacernos sentir culpables por no haber comprendido el designio divino que les confirió esa clarividencia, esa solemnidad en la estulticia más absoluta, que se tiñe tantas veces de un rojo que nunca es el de su sangre, siempre es de la de los demás, de aquellos que muchas veces no buscan nada más que un poco de sombra en esos duros días en que hace un sol de justicia.
Y ahí nos quedan todos los Vasili Grossman, encerrados en un libro, en una fotografía, en una bitácora, en un recorte de periódico. Es poco ese recuerdo, tal vez cada vez más desteñido, pero con suficiente luz para alumbrar a todos aquellos malnacidos politicastros que todavía son capaces de decir con satisfacción y suma arrogancia que mucha gente vivía bien bajo la nefasta sombra de guadaña de los dictadores que les protegieron a ellos y a sus finas familias.
15 marzo 2008
Día de poda
19 enero 2008
Sábado, dulce sábado
Después del atracón de periódicos y de contemplar el día a través de los cristales, me he quedado con unas ganas enormes de dar un paseo. Lamentablemente, todavía es pronto para salir a
San Gallardón, pero menos
Los mass media están revueltos estos días a cuenta de las elecciones generales. Una pizca de sal acaba de poner don Mariano con ese intento de parecer que manda donde todos sabemos que le tienen de marioneta. Es curioso pero todo vale en política y creo que debemos tener mucho cuidado de la propaganda con la que nos venden la moto.
Esta claro que doña Esperanza es una política de la más rancia derecha ultra-conservadora. Sus años de desgobiernos en la comunidad de Madrid avalan su integrismo tanto en lo social y cultural como en lo ideológico. Es dama de ir bajo palio de roucos, varelas y demás castrati. Hay muchos damnificados de su cruzada, la de ella y la de ellos que se diferencian en ser la misma, contra todo aquello que pueda tener un tufillo innovador, renovador o progresista.
Pero, ojo al cristo que es de madera, no vayamos a confundirnos y hacer santo a don Alberto. No hay político que llegue a donde está él sin haber aprendido el fino arte de la zancadilla, la daga veneciana, la traición y
No confundamos las cosas y no es cuestión de inclinarse por lo menos malo para ponerse en contra de lo peor. Hay que decantarse por lo mejor aunque sea tan difícil discernirlo. Para mí está claro que lo mejor no está ni en los neocon, ni en los con, ni en la madre que realizó el glorioso esfuerzo de parir a tan nefasta hermandad de intereses.