27 mayo 2007

Prometeo y la esperanza

Prometeo siempre me ha parecido un personaje curioso y atractivo. Hermanastro de Zeus que crea al ser humano a partir de un amasijo de cenizas yacentes sobre la tierra y mojadas por la lluvia, no se fía para nada de los dioses. Roba el fuego a los dioses (portador del fuego o de la luz) para que los seres humanos no pasen frío y puedan cocinar y paga su audacia con un castigo atroz: permanecer clavado en una roca con los brazos extendidos y sufrir que un águila le picotee y coma el hígado durante el día. Este órgano, de gran capacidad de reproducción, le crecía por la noche causándole más dolor si cabe que el infligido por los picotazos del águila. Aunque no está claro por qué, fue liberado y perdonado (¿intercesión de Heracles? ¿Zeus le necesita para que le haga algún favor en sus correrías amorosas?) y dedica sus mejores consejos a su hermano Epitemeo.
El más claro y certero es que le dice que de los dioses no hay que aceptar ningún regalo. Pero nadie escarmentamos en cabeza ajena y Epitemeo acepta un regalo de Zeus, su futura mujer, Pandora, creada por Hefestos según el modelo de Afrodita, su esposa. Pandora, famosa por su caja, portaba dicha caja cargada de sufrimientos. Prometeo vuelve a aconsejar a su hermano. Esta vez le dice que no abra la caja. Y de nuevo Epitemeo, al que le debemos los sufrimientos que están desbocados por el mundo, desoye el consejo.
“En el fondo de la caja”, dice Michael Köhlmeier, “no quedaba más que la esperanza, que había permanecido sin poder salir. Desde entonces, la esperanza fue administrada por Prometeo, quien la custodió y nunca dejó que sus criaturas la percibieran completamente. La esperanza es una medicina muy fuerte, en su forma pura, sin diluir, puede hacernos daño. Por eso Prometeo se cuidó mucho de que la esperanza no fuese administrada sin el recuerdo”.
Y Prometeo tiene toda la razón, la esperanza es algo muy positivo pero nunca debe impedirnos percibir la realidad tal como es ni hacernos olvidar los hechos pasados. La esperanza, por desgracia, no solo ha sido patrimonio de Prometeo. Muchos embaucadores del espíritu, el alma y la mente humana nos han vendido humo durante muchos siglos. Han sido y siguen siendo muy hábiles porque son capaces de confeccionar hermosos vestidos hechos de esperanza para cubrir sus engaños y mentiras.
Humanos somos y Prometeo, por desgracia, murió hace tiempo para la gran mayoría de nosotros.

Mis amigos son… mis amigos

Tal vez nunca hay hablado mucho de mis amigos. Probablemente habrás pensado que soy una persona tirando a solitaria (que lo soy), que tiene pocos o ningún amigo y tal vez, sólo tal vez, tengas una pizquita de razón. Pero digamos que tengo buenas amistades, buenos amigos (y amigas) como se está convirtiendo en moda popular (entre los políticos) por estas tierras. Sin embargo, por los años o por las circunstancias, hay tres personas, varones, que podría clasificar como mi círculo más íntimo de amistades.
Llamémosles, Alejandro, Ernesto y Fabricio, por orden alfabético aunque como alguno de ellos diría, “me jode ese orden tan cretino”. Pero como no van a leer estos escritos, tantas veces tan poco pertinentes (y si los leen supongo serán discretos y ninguno confesará públicamente que se dedican a fisgar por la Red que consideran como algo vulgar, la Red y fisgar, ambas cosas), tengo la libertad de sacar de vez en cuando alguno de sus trapos sucios con toda la impunidad del mundo.
Porque, seamos sinceros, ¿Para qué están los amigos? Está claro que son un referente anímico y emocional importante pero también son el saco de nuestros despechos, desesperaciones, pataletas, arrogancias, cretineces y demás. ¿O no?
Y eso mismo es la amistad, un vínculo (una cadena) con otra persona en ocasiones por razones poco claras, otras por causas menos oscuras y otras, probablemente las más, porque estábamos en el mismo lugar en el momento oportuno y fue el comienzo de una… gran amistad.
Por eso quiero dedicar de vez en cuando un rinconcito a mis amigos que según avanzan en el tiempo van necesitando más mimos, algún empujón de vez en cuando y un par de capones que les permita despertar del letargo en el que nos van induciendo tanto mamarracho que nos quiere dirigir desde el poder político, económico y social y porque mis amigos son mis amigos, un valor incuestionable que se mantiene en la cota más alta a pesar de las diferencias, de los vientos, de las almas en pena y de los capullos que se creen dioses porque un día se dejaron crecer el pelo o taparon su estúpida cara con un bigotillo.
Amen.

26 abril 2007

Tiempo... ¿Y silencio?

Hace poco compré un reloj que atrasa entre diez minutos y seis horas cada día. Es un reloj cuya batería se carga sola con el movimiento, vamos de esos que llaman cinéticos o “kinéticos”. Desde que lo tengo, me he dado cuanta de lo útil que es tener un reloj que marca la hora que le da la gana. El alma se ensancha y el silencio se presenta más amistoso.
¡El tiempo es todavía infinitamente más subjetivo y me encanta no depender tanto de él!

25 abril 2007

Las horas perdidas

Hay horas inciertas, horas crepusculares.
Tiempo donde todo parece detenido, parado, contemplándose a si mismo sin objeto ni objetivo.
Son horas perdidas o así se lo parecen a muchas personas.
Sin embargo, debo decir que me gustan esos tiempos muertos, esa separación temporal del mundo.
Me encanta su presencia súbita, inesperada, sin anunciarse.
Son momentos de duración indeterminada, con un ritmo sosegado, con minutos y segundos sosegados, frenados en su alocada carrera diaria a ninguna parte.
En esos momentos soy capaz de acordarme de mí, de ti, de nosotros y, a veces, pocas veces también de ellos.
Me acuerdo y me sorprendo porque los recuerdos también parecen bañados en aceite, relajados de acritud, disminuidos de ansiedad.
Hasta esos cretinos que me consideran su enemigo me parecen humanos.
Son esas horas perdidas que da gusto encontrar detrás de cada hoja, al lado de cada rincón, que juegan contigo al escondite y aparecen y se reafirman cuando les apetece.

30 marzo 2007

Niebla y olvido

Niebla y olvido, dos palabras que juntas parecen el título de un bolero. Cuantas veces me ha servido la niebla para sentirme en otro mundo, otra época, otra vida.
La niebla y el olvido viajan juntos en mi pensamiento como inseparables compañeros.
No me desagrada la niebla, mis ojos claros están acostumbrados mejor a sus veladuras que a la intensidad del sol.
No me disgusta sentirme envuelto, transportado, desorientado en sus difusos contornos.
Probablemente mi alma necesite sentirse libre, sin brújula, en demasiadas ocasiones y sobrevalore el efecto de la niebla en mis sentidos, su fuerza magnética, como un sur lleno de misterio.

21 marzo 2007

El alma vacía de banderas

Esta mañana la primavera no parecía tener muchas ganas de levantarse. Mientras caminaba por las frías calles barridas por la lluvia, el granizo y el viento, he visto agitarse amenazadoras varias banderas diferentes e iguales y he recordado.
He recordado otros tiempos en que la música y los himnos, las voces corales, sobrecogían el espacio y el cuerpo proclamando que el “alma estaba llena de banderas”. Tal vez nunca hayas oído el nombre “Quilapayún” pero como todos los nombres tuvo su época dorada. Este grupo de voces comprometidas con los ideales de su época, nos hacían, a muchas personas, sentir, vibrar… era un tiempo distante y distinto.
“Un alma llena de banderas”, me pregunto en un pensamiento auto-reciclable. ¡Menudo alma sería necesaria hoy para albergar tantas banderas!
Las banderas han proliferado tanto que ganan en capacidad reproductora a las conejas, cuya fama como generadoras de vida es importante. Prácticamente cada persona, cada individuo tiene su propia bandera. Las banderas son ya como esas camisetas en las que cada cual (que tenga algo de dinero que quiera tirar a la basura) puede mandar imprimir cualquier cosa y digo cosa porque la mente tiene infinidad de escalas y no todos hemos recibido los mismos dones intelectuales, morales, afectivos o de cualquier otra clase. Esto último no es malo ni es bueno. Y creo que la diversidad es el mejor don que tiene la especie humana.
La bandera es el símbolo exclusivo de un bando, de una facción, de una fratría, de un partido, de un estado... La bandera es excluyente y provoca grandes conflictos humanos. Cuando no crea tensiones violentas, construye absurdas situaciones protocolarias. ¿Qué bandera va en primer lugar?, ¿la tuya o la mía?, ¿la vuestra o la nuestra?
Recuerdo la primera vez que te oí decir que bandera en muchos idiomas era equivalente a trapo. No sé si es cierto o no pero creo que un trapo tiene más dignidad que una bandera. Un trapo tiene varias funciones de importante utilidad y no fue creado o pensado para ocasionar conflictos, sembrar diferencias o crear enemistades.
Es evidente que sí, que prefiero cualquier humilde trapo, que me parecen los trapos más importantes que todas las banderas juntas, reunidas en procesión solemne.
Tal vez sea un pensamiento muy simplista, reduccionista hasta el absurdo, pero en un momento en que parece que diferenciarse del resto es lo más importante, pero no diferenciarse como individuo si no como banda (y no exactamente de música) o como tribu, prefiero perderme en la belleza de la diversidad sin tensiones, los colores diferentes y ricos de la piel humana, de los ojos, de las sonrisas, la variedad singular, la riqueza de las almas tan diferentes e iguales, del espíritu que no desea fronteras irreales, trazadas por intereses de oligarquías mentales, religiosas, políticas o económicas.
Aquí, ahora, luego, cuando aun no se sabe si la primavera quiere llegar o prefiere estar ausente, si la era de Acuario va o viene, si cualquier artificio o invento humano está hecho más contra la propia naturaleza humana que a favor de las personas o la madre tierra, tengo pocas cosas claras pero desde luego prefiero tener el alma bien vacía de banderas.

13 marzo 2007

Dolce & Gabbana y la estética del fascismo

Siempre ha habido genios y geniecillos. Tarugos y taruguillos. Ricos y riquillos. Muchos de los que nos venden humo suelen creerse especiales, por encima de todo, del bien y del mal, de los seres humanos. Son semidioses o se lo creen.
Un ejemplo claro son los dueños de Dolce & Gabbana. Sus campañas publicitarias tienen una estética completamente fascista. Y digo sus campañas porque si las pagan son suyas y habrán hecho una selección natural con su abundante dinero de los publicistas que se las preparan a su medida. Estética fascista que nos retrotrae a los tiempos tenebrosos del Duce o del Führer, contemporáneos al fin y al cabo. Uno se da una vuelta por las revistas que acompañan a los periódicos y puede ver, por ejemplo en doble página del EPS de “El País” de este domingo (11 de marzo de 2007), al “hombre nuevo”, a la esencia del pro-hombre fascista: cuatro varones musculazos, con cortes de pelo fijados con brillantina y peinados hacia atrás. Esto por no mencionar la controvertida y criticada fotografía de violencia de cuatro hombres contra una mujer.
Uno puede volverse un poco hacia atrás y contemplar las mismas imágenes en cualquier hemeroteca que contenga periódicos de la época de la dictadura franquista, revisar los sellos, las imágenes que ahora resucitan periódicos del color de “El Mundo” o buscar en la Red cualquier obra fotográfica de Leni Riefensthal o cualquier escultura de las que abarrotaron Berlín, Bucarest, Lisboa, Madrid, Roma, Viena…, para conmemorar los triunfos de los diferentes fascismos europeos. Vuelve la estética del fascismo y los susodichos genios de la moda se defienden con algo curioso: acusan de ejercer la censura a los que se quejan de su publicidad.
Son tan demócratas que no diferencian, ni saben diferenciar, lo que es la censura totalitaria (que tal vez añoran), que no permite que una opinión o una obra salgan a la luz, con la repulsa o la queja que provoca en muchas personas que no comparten su “estética” o su gusto estético, algo que libremente han podido distribuir mundialmente, gracias a su dinero.

Hace mucho tiempo que me volví transparente

Hace mucho tiempo que me volví transparente. Casi, casi invisible. O sin el casi.
Cuando uno se va acercando a los cincuenta ve las cosas de otra manera. Ni mejor, ni peor, pero de otra manera.
Te vas acostumbrando al efecto que no produces en la gente.
Te vas adaptando e incluso acomodando poco a poco a esa insoportable levedad del ser (que me perdone Milan Kundera), a esa sensación de que muchas personas tienen la extraordinaria facultad, el maravilloso don, de mirar a través de ti.
Digo a través porque no ven o no sienten tu presencia. Ni falta que hace, probablemente.
Eres alma y el alma es invisible, al fin y al cabo.
Quizás no sea importante porque poco a poco vas asimilando que el pequeño número de personas (cada vez más pequeño por selección natural) que te aprecia es el único grupo humano que consigue vislumbrarte un poco.
Y aunque sea poco, se agradece.

24 febrero 2007

Aprendí en tu cálida mirada que la poesía no necesitaba del verso.

Aprendí en tu cálida mirada que la poesía no necesitaba del verso. Que la prosa reflejada en tu piel era tan buena como los mejores sonetos para expresar los sentimientos.
Comprendí que el azote de la soledad no es ningún castigo divino ni humano. Tal vez sea una suave caricia del tiempo, tal vez una pequeña parada en la dureza del camino que nos deja reflexionar sobre el efímero y difuso pasado, la inestabilidad del momento presente, el incierto cercano y lejano futuro.
Entendí en tus pausadas y rítmicas frases, muchas expresiones de la grandeza que se oculta en lo breve y sencillo, en lo pequeño, en lo minúsculo, en ese gesto de tu mano cariñosa sobre mi seca piel.
Por eso miro la lluvia, la sempiterna lluvia tamborileando en los fríos canalones, contemplo su continuo rocío calmando la sed de la dormida tierra, y creo verte en cada gota, en cada giro y volteo que dan obligadas, impulsadas por el viento.
Y creo, sencillamente creo, yo que nunca he creído en lo que no han visto mis ojos, sentido mis dedos, notado mi piel, escuchado por mis oídos en la penumbra de la vida sin sol, respirado u olido e inundado en esencias de mixturas humanas lo más profundo de mi alma.

14 febrero 2007

En las alas del viento

Hoy la mayor parte de las conversaciones que no tratan de política o fútbol giran alrededor de San Valentín patrón de los enamorados. Vaya por delante mis felicitaciones a todos los lectores de "Blogger” porque creo que el amor es una sensación o un estado sublime aunque muchas veces nos haga pasar por auténticos idiotas y otras por grandes peligros públicos. Pero una vez dadas estas felicitaciones, vayan las críticas a todos los que no muestran sus sentimientos a diario y esperan a este comercializado día para hacerlo. Sin embargo, mi intención no va por estos caminos al escribir este post.
No, porque hoy, a pesar del día tan cambiante, con independencia del cruel, fuerte y vanidoso viento que ha derribado un bonito y añoso pino cerca de donde trabajo o de esa lluvia torrencial que ha estado dando una lavadita a la gris cara de la ciudad durante parte de la jornada, tengo ganas de transcribiros (por no decir copiar para vosotros) un fragmento escrito por Jules Renard en su cuento “El cazador de imágenes”.
Espero que este pequeño canto a la alegría que surge espontánea desde lo más hondo de nosotros cuando tomamos una pequeña bocanada de aire fresco y nos dejamos envolver el alma por el panteísmo que impregna nuestro castigado mundo, nos dejamos llevar en las alas del viento.
Dice así:
“Salta de su cama de buena mañana y sólo parte si su mente está clara, su corazón puro y su cuerpo ligero cual prenda estival. No lleva consigo provisión alguna. Beberá aire fresco por el camino y aspirará los olores saludables. Los ojos le sirven de red en la que caen presas las imágenes.
…/…
Se adentra en el bosque. Él mismo ignoraba que poseyera tan delicados sentidos. Al cabo de poco, impregnado de perfumes, no se le escapa ningún rumor, por sordo que éste sea, y para comunicarse con los árboles sus nervios se enzarzan con las
nervaduras de las hojas.”

05 febrero 2007

La imaginación y la mar océana

Caminaba, como muchas tardes, por el acantilado y al contemplar con ojos cansados la mar en calma, discreta pero ligeramente vestida de bruma, me vino a la mente una cavilación de Hugo Pratt. Decía más o menos lo siguiente:
"Es peligroso abrir demasiado las puertas de la imaginación, pues ésta se alimenta de las ideas curiosas. Entonces, los sueños se transforman en una especie de posesión, y mirar al mar se convierte en el insoportable desafío de una línea de horizonte que oculta siempre nuevos ríos y tierras desconocidas."

Y sentí que una verdad antropófaga se reflejaba en esas palabras.
La imaginación devora, se alimenta de forma insaciable de toda idea nueva, vieja, sensata, absurda, pragmática o inconsistente, que emerge de las profundidades de nuestra mente etérea o de nuestro orgánico cerebro.
Las ideas, los sueños, los deseos, empiezan a tocar tambores de guerra, a danzar una rítmica y machacona marcha que apenas conseguimos eludir de nuestra cotidianeidad y nos va empujando poco a poco, suavemente al principio, de forma grosera más tarde, a emprender una nueva ruta, un nuevo salto a ese vacío del alma que supone salir al camino, una vez más, tal vez la última, para llegar a esos ríos, lagos, mares que se ocultan tras el horizonte oceánico.
Recordé al anciano que descansaba en un poyo de la plaza, el viento me trajo una vez más sus palabras:
“No pidas un deseo, no desees más de lo que puedas abarcar, tal vez se convierta en realidad y te devore la fuerza de tu imaginación o la del destino”.

04 febrero 2007

Angustia

La felicidad es una hermosa utopía.
Pretendemos alcanzar un estado de bienestar, de satisfacción, de dulce apariencia de que todo lo que nos rodea es rosa, azucarado, que nos deja esa sensación melosa en el paladar. Pero la realidad es cruda, dura, fría, y nos enseña los dientes con demasiada frecuencia, como un perro rabioso que pelea a muerte por su hueso descarnado.
Crecemos persiguiendo utopías y esa búsqueda nos da aliento suficiente para entender que un momento de alegría o dos, si el día se presenta generoso, nos puede dar energía para sobreponernos al día a día. Pero, no podemos ser del todo ciegos. Y cuando vemos, cuando contemplamos sin gafas oscuras, la realidad, no podemos evitar una amarga sensación de angustia.
Esa angustia es parte intrínseca de nosotros, está incrustada, engarzada en nuestro interior con tanta fuerza que es difícil separarla de nuestra propia esencia. Si es que no es nuestra propia esencia.

29 enero 2007

Sumidos en el misterio

Pone Valerio Manfredi en boca de uno de sus múltiples e interesantes personajes el siguiente comentario:
La verdad es que estamos sumidos en el misterio y que ni siquiera nos han dado una luz para penetrarlo, aparte de nuestra mente, perennemente aterrada por la conciencia del transcurso inexorable del tiempo.

Nuestra mente aterrada, incapaz de asumir en muchos casos el inexorable transcurso del tiempo. Como si la venda en los ojos nos permitiera intuir solamente un juego de claroscuros vitales, de sensaciones de que algo más está sucediendo que aquello que perciben nuestros sentidos.
Realmente necesitamos que suceda algo, que se levante un viento tenue, que vaya adquiriendo consistencia y fuerza y arrastre esa niebla que oculta las siluetas reales y nos permita ver el paisaje circundante. Que nos ayude a contemplar cada uno de los matices, de los colores y rasgos de todo y de cada una de las miríadas de objetos, de cosas, de personas que están ahí, ahí mismo, sin que las veamos.
Es enero, sin duda, que ha venido a imponer una vez más el yermo y la desesperanza, el frío y la desilusión, cubriendo con la monótona cadencia del invierno las tierras y las mentes, los sueños y los amantes.
¿Qué o quién ayudará a desterrar el terror ante lo leve, ante lo efímero que puede ser una persona, un sentimiento, una idea?
¿Hace falta realmente que surja esa ayuda foránea o tiene que emerger de nuestro interior, emanar como un manantial de agua cálida en el epicentro del frío?