Soy caprichoso, lo admito.
Últimamente he estado soñando con África, con ese África de las aventuras de mi infancia.
Aquellos tiempos que nos los inculcaron como heroicos y después hemos comprendido que fueron realmente crueles, devastadores, de una despiadada ansia y codicia por enriquecernos a costa de la felicidad y las vidas de tantas personas.
África devastada por el sida, el paludismo, el hambre, pero los africanos siempre esperanzados con el nuevo Edén que supone el llamado Primer mundo.
Sin embargo, intentamos que el Edén sea como un club nocturno para señoritos (de cortijo moderno, de buena familia).
¡Cómo vamos a dejar que entren los desclasados, los parias!
¡Por favor!, hace falta tener un savoir faire , un spleen , especiales que no los pueden tener esos renegados de la naturaleza, esos pobres diablos que no hablan en cristiano.
Por desgracia conozco muy poco de África. Conozco muy poco y casi podría decir que lo que conzco está tan asimilado que poco puede considerarse diferente.
He estado en las islas de las Hesperias, Afortunadas islas (en Nivaria, concretamente) donde nada o poco queda que no haya sido arrasado por la colonización goda.
He visitado fugazmente el malhadado Magreb, sus ciudades recogidas, escondiendo impredecibles tesoros.
Aunque cautivado con estas bellezas norteafricanas siempre me ha quedado el sentimiento de que no he respirado ni un pequeño hálito del aroma de la verdadera África y me duele, me duele cuando me respira el alma.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario