Seguro que no fue Aristóteles en sus estudios de biología y clasificación de los seres vivos el primero que estudió las pulgas y su origen. Además, no le preocuparon tanto las malas pulgas como las pulgas en general, por eso sobre lo que quiero hablar no dejó (en mi escaso conocimiento), nada escrito.
Y es que las malas pulgas abundan mucho más que el resto de las especies de pulgas que existen. En cierta ocasión, alguien (ya no recuerdo quién, por desgracia), me dijo una vez conoció a un jefe bueno. No sé exactamente que quiso decir por conocer. Si se refirió a que fue su jefe o a que simplemente tuvo conocimiento de que una persona que era jefe (o tal vez jefa), se apartaba de la norma.
No me pregunten cual es la norma, podría exagerar y desviarme de la realidad. Uno se hace a un camino y no sabe bien si los demás caminos que se cruzan o van paralelos, tienen las mismas asperezas, parecidas curvas o similares cuestas. Hay algunos detalles que parecen adaptarse como una segunda piel a muchos de los jefecillos de la estirpe hispana. Detalles asimilados rápidamente por muchas jefas que en lugar de abrir una brecha diferente en el muro machista, se han adaptado y metamorfoseado en verdaderos machitos.
Entre estos detalles pueden destacar el de rodearse de gente gris que conciba la jerarquía como algo pseudodivino. Gente gris que nunca cuestionan la capacidad (o incapacidad del jefecito de turno), actúan como auténticos pelotas (o lameculos) mientras que enseñan los dientes de sabueso a todos aquellos que osan acercarse o poner en ligero peligro a su líder. Hacen cierto el dicho de “lamen la suela de su amo y muerden la mano de quien les es ajeno”. Saben que es la única forma que tienen de medrar, nunca hicieron otros méritos ni mostraron interés alguno en desarrollarlos. Al estar rodeados de estos gnomitos zalameros, aquellos jefes sin capacidad de liderazgo, sin más meritos que haber subido en la escalera por las ayudas y los padrinazgos, se creen héroes homéricos, Heracles capaces de desarrollar cualquiera de los trabajos asignados por los dioses.
Pero la vida de estos jefecitos (su prototipo es un personajillo con un bigotito casposo que gobernó creyéndose virrey del emperador del mundo), no es un camino de rosas. Hay gente que brilla con luz propia y les provoca momentos de ceguera. Les corroe la envidia ante cualquiera que piense o actúe con criterios propios. Les invade la ira, cabecean como bueyes contra cualquier muro y braman para aterrorizar a sus correveidiles y a sus estómagos agradecidos. Y es así, y no del barro como creía Aristóteles, como nacen, crecen y se multiplican las malas pulgas. Pulgas malas, malas pulgas que salen del interior de las huecas cabezas de muchas personas que lideran hacia la idiocia tantas y tantas empresas (públicas y privadas) a lo largo del lato mundo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario