La contemplación como observador, mas bien poco apasionado (en este tema concreto) de la derrota futbolera de la selección de España ante la de Francia, fue toda una experiencia, desde luego. Un buen antropólogo habría publicado un interesante trabajo sobre la expresión irracional de los sentimientos, en este caso de la alegría por algo tan poco definible pero gratificante como una victoria en un partido de fútbol.
¿Argumentaría que los partidos de fútbol han reemplazado a las antiguas batallas o guerras entre países?
¿Sería éste un paso en la evolución de nuestra especie?
Me parece que no. O me parecen muchas cosas que no.
Los países llenos de hinchas futboleros no son menos violentos que los que tienen otras preferencias deportivas o pseudodeportivas como el fútbol. Véase si no la guerra de Iraq que todavía deja muertos a diario gracias a la ayuda de la intervención militar de muchos países con gran delirio futbolero (Inglaterra, Italia, Australia, Polonia, Ucrania, Japón…. Y por qué no, Estados Unidos –su selección también ha pasado por el Mundial con parecida suerte a la de nuestro País-).
¿Reemplaza algo el fútbol?
Seguro porque he sentido en mi persona algunos de los efectos de la afición a este “sano y viril” deporte. Está claro que el fútbol desplaza nuestro raciocinio hacia lugar desconocidos de la mente. Conozco y he conocido personas que se transforman en perfectos energúmenos cuando están en un estadio. Se convierte en armas automáticas del insulto desaforado contra los árbitros y los jugadores y seguidores del equipo contrario. Y muchas veces no queda ahí la cosa. Se despierta una necesidad de vaciarse de la violencia que llevamos dentro contra cualquier cosa o persona que está en nuestro perímetro de acción.
Y lo que contemplé el martes en París fue eso, ni más ni menos que una manifestación de catarsis colectiva, una amalgama de personas de diferente extracción social, cultural, política, unidos (o separados, quien sabe) en un festejo. Los Campos Elíseo, la plaza Charles de Gaulle, El Arco del Triunfo, la avenida de la Grande Armée, rebosaban de coches con banderas de Francia, de Argelia, de personas que se subían a los techos de los automóviles, que asaltaban un camión cargado de “peugeots” y brincaban ebrios de alegría (¿y alcohol?), con pequeños brotes de violencia que hacía imposible que los gendarmes (con sus “modales” clásicos) pudieran llegar a todos los lugares. Mtos corriendo por las aceras con tres o más personas sobre ellas (esto es un poco exagerado de mi parte). Imagino que otras calles y avenidas cercanas presentaban parecido aspecto festivo.
Los coros repetían incesantemente el nombre de Zidane: algo así como Zi-Zu. Zi-Zu se repetía continuamente. Era claro quien había sido el héroe homérico de la noche. Un héroe que a diferencia de otros futbolistas me parece un ser humano y no un montaje en plástico barato.
La verdad es que me pareció divertido en aquel momento. Me pareció divertido desde mi irreflexión. Supongo que no les parecería tan divertido a otros españoles, que como a mí, les regalaron en abundancia con gritos y ciertos gestos obscenos para recordarles, recordarnos a todos, el resultado del partido. ¡Se agradece tanta consideración para que estemos informados de la actualidad el momento!
¿Cómo habríamos festejado los españoles la victoria?
¿Recordando la Guerra de la Independencia?
¿Considerando pagadas en parte las tropelías y desafueros que los franceses –perdón, sus gobernantes- han cometido contra nosotros en la historia reciente?
Tengo la sensación de que los "media" y los políticos juegan descaradamente con nuestros bajos instintos.
Aunque recordando a Ismael Serrano: últimamente ando algo perdido.
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