Ensalzamos a los criminales a los altares de la fama, les convertimos en héroes y nos sirven de ejemplo para las futuras generaciones.
Uno se enfrenta a la gran galería de los héroes, mira sus caras, reales o imaginadas por sus seguidores, contempla sus manos y ¡qué pocos no las tienen manchadas con la sangre de sus víctimas!
Los que murieron para concederles la fama, murieron de doble forma, asesinados y condenados al ostracismo del olvido.
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