Los caminos conducen a ninguna parte si el viajero no fija una meta o no precisa fijarla. Sin embargo, la meta puede ser el mismo camino, el polvo que levantan tus pies descalzos, las miradas que se cruzan con la tuya, los olores y aromas que penetran tus fosas nasales y golpean suavemente tu cerebro.
No podemos dejar fuera a todos esos sonidos, ruidos, músicas, palabras, gritos, susurros que envuelven cada zancada, cada descanso en nuestra marcha sin horizonte. Somos inconscientes de lo que sucede a nuestro alrededor y debemos ser plenamente conscientes.
Uno se convierte en viajero, deja de ser turista, cuando empieza a percibir cada detalle de la geografía humana, animal, natural de los lugares por donde pasa.
Y es ese viaje, sin rumbo y sin tiempo, sin ritmo y sin pausa, el que va llenando la mochila del alma de todas las personas, de todos los objetos, de los recuerdos y memorias, que construirán nuestro legado vital.
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