Dulces amigas (y amigos) de la red que nos envuelve en su tela de araña,
Lo importante no es si existen o dejan de existir los ángeles.
Lo verdaderamente valioso son todas aquellas buenas vibraciones que nos puedan provocar los pensamientos que nos evocan estos seres de luz. Las pulsiones por volar hacia ese mundo mágico donde las cosas cotidianas se difuminan y nos abren otros horizontes novedosos y nos permiten tener la esperanza de que esta travesía del desierto diario nos conducirá hasta el idílico oasis donde se saciará nuestra infinita sed de conocimiento.
Me considero una persona plenamente anclada en la materia, enraizada en la tierra y el agua. Pero es este materialismo idealista el que también me conduce a gozar con la ilusión, con todas las ilusiones que ha fabricado la mente humana a través de los siglos, de las milenarias culturas, de las filosofías que teniendo como centro al hombre, o a dios, o a los múltiples dioses, han aportado un pequeño grano de esperanza, un ínfimo átomo energía o de fuerza, para soportar la carga que cada uno debemos transportar sobre nuestras sudadas espaldas.
Porque se creen aquellos que tienen fe ciega en esta o aquella religión (y les tengo el mayor de los respetos que se puede tener a cualquier persona) que no se pueden tener otros motores que nos impelan hacia el futuro. La creencia en el ser humano también es una potente fuente de energía. La capacidad de avanzar, de creer en que todos podamos vivir de una manera más digna, más fraternal, más libre, es una fuerza tan intensa como muchas de las “fes” religiosas.
Por eso me gusta esa sabrosa contradicción de ser materialista en esencia y puro idealismo y fantasía, en conciencia.
A mi me gusta pensar en ángeles, arcángeles, querubines, serafines, hadas, elfos, meigas, bruxas, lamiak, sorginak, sombras, luces, … y sé que mientras existan en el pensamiento, aunque sea en el mío en lo que le reste aún de existencia, será la confirmación de que se mantienen vivos en el legado humano, en la vida real de las ideas y los sueños.
“El sueño de la razón produce monstruos”, decía Goya, pero también produce maravillosas esencias.
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