La rugosa textura de tu superficie acaricia mi vientre. Siento cada poro, cada grano, cada irregularidad que te hace distinta.
La calidez de la mañana se refleja en ti, inmóvil, acariciada por la brisa y los rayos de ese distante y distinto sol.
Me siento bien, con extraña alegría, extendido todo mi cuerpo sobre el tuyo, notando, calculando, alternado la temperatura interior en armónica relación con el aire y contigo, mientras observo con ansia golosa su vuelo cada vez más cercano.
No hubo suerte. Se ha ido.
Esta vez no hubo éxito.
Sin desconsuelo, con la paciencia adquirida con la primavera, salto ligero en la verdosa turbidez del agua, mientras siento la fuerza de mis músculos avanzando en su seno.
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