Llevo un par de días con uno de esos minibaches del ánimo que de vez en cuando se aproximan para fastidiar un poco.
El cansancio existencial se me ha subido a la parra y me está jugando una mala pasada.
La verdad es que no es nada en concreto o más bien son demasiadas cosas juntas: por enésima vez me doy cuanta de que cuando termino una tarea, aparecen dos o tres más.
¿Cómo se reproducen las labores, las tareas?
¿Por generación espontánea?
Y yo que creía que Pasteur había dejado claro que la vida se genera a partir de vida.
Claro que ahí está mi error, considerar seres vivos a las tareas, a los trabajos. El concepto errado (como la palabra de Roberto Carlos, en su canción de amor) hace que dotemos a las cosas, a las situaciones de un pensamiento que no tienen. Las damos personalidad cuando son simplemente rémoras, losas, molestias.
Deberíamos darles un tratamiento de usted y no dejar que se metan en nuestras vidas más allá de las horas de labor. Cortar con ellas al salir del trabajo y no llevarlas con nosotros de paseo, a casa, con los amigos o la familia.
Por eso cuando andaba más quejumbroso, me fijé que más motivos tiene mi querida hija para estar cansada. Con sus veinte años al hombro se enfrenta a situaciones nuevas.
Les acostumbramos a que la vida es puro estudio y creemos que lo que viven fuera de las aulas no les aporta nada. Visión errónea de padres. La vida es la verdadera escuela y hay que estar dispuesto a aprender, con los ojos abiertos, las orejas limpias y el oído presto, la mente clara y la bondad a raudales para ver en colores lo que muchos pretenden pintarnos en gama de grises.
Y en estas que escribo un post sobre el cansancio y otro sobre una canción que me encontré en ese bonito blog de Antonio Ibarra dedicado a Silvio Rodríguez. Y la nostalgia se apodera del alma y acaba de hacer un poquito más profundo el bache.
Pero ¿Qué me encuentro? Sencillamente una bonita solidaridad de viejos amigos (léase Pepetxu y Marta) y de otros nuevos (Bucéfalo, que nos regala con otra canción, y el sin nombre, Izengabea) que poco a poco se van convirtiendo en familiares. Me doy una vuelta por sus blogs y por otros que vienen con nueva brisa marina (Saudade de María) y por lo menos, temporalmente, se va rellenando el hueco de simpatías, de nuevas emociones que me hacen replantearme una vez más si tengo motivos para el hastío.
No concluyo nada, como casi siempre, pero ahí sigue esa desagradable sensación.
¡Vete a saber, igual es que acabo de regresar y la inquietud me hace pensar en una nueva travesía!
De todas formas:
¡Muchas gracias a todos por vuestra presencia y vuestras palabras!
Para acabar este post que veo que se alarga más allá de lo recomendable para los lectores del siglo XXI, os diré que me sorprendió que Pepetxu me incluyera en el “club de los puretas”. No sé si lo merezco, tal vez sea sólo que tengo demasiadas reminiscencias de un tiempo que fue peor para todos, en general (y por culpa de un generalillo) pero que a unos cuantos de los que lo vivimos nos dio una serie de valores que tal vez, digo tal vez, hoy se consideran trasnochados, desfasados, poco acordes con estos tiempos donde el valor de las personas se mide por los dígitos (en euros o dólares) que figuran en sus cuentas corrientes.
Me resulta romántico el término “pureta”, más que nada porque me recuerda a los albigenses o cátaros, también conocidos como “los puros” pero puedo aseguraros que si la pureza se mide en función de la ausencia de pecado, vicios u otras palabras tan bonitas del vocabulario católico, no sé muy bien si el valor de mi pureza no llevaría un signo menos por delante. De todas formas gracias Pepetxu por tan inmerecido honor y acepto, aunque sea sin voz ni voto, pertenecer a un club al que tú mismo perteneces.
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