Vi tu amado rostro bañado por las lágrimas y no comprendí nada, absolutamente nada.
He recordado aquella imagen, aquella serie de fotogramas y pensado tantas veces en qué significaba sin saberlo.
Ahora tan solo me queda la amargura eterna de esos momentos infinitos que no pueden repetirse pero lo hacen, continuamente.
Me acompaña desde entonces la salobre sensación de que siempre quedan palabras por decir o gestos por realizar en ese maldito morral que se cuelga el alma lleno de sombra.
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