Me costaba respirar, la sensación de opresión en las sienes era intensa. Tal vez el humo, el alcohol, la charla inconsistente a trazos, incongruente y enervada en otros momentos concretos, había afectado una vez más mi percepción de las cosas.
La cruda realidad era que las calles y callejuelas me parecían todas idénticas mientras caminaba hacia mi residencia transitoria.
El viento bajaba frío de la Cordillera.
Los cerros transmitían una doble sombra en la ya sombría noche.
Una vez más me aseguré y prometí no volver a beber con tanta intensidad en tabernas desoladas por hacinados desconocidos del ocaso. Sin embrago, como un naufrago de desiertos, como un beduino de los mares del Sur reconozco que me miento una vez más. Sé que las promesas se vuelven vanas y las ilusiones describen un círculo imperceptible hacia la nada cuando la soledad mide sus pasos paralelos a los tuyos.
Siempre la misma letanía rondando mi cabeza pero es que el duro invierno austral tiñe mis antiguos meses de verano boreal con la niebla, el viento y el frío.
Me pregunto qué me hace cambiar tu cálido lecho por estos gélidos suelos empedrados.
Difícil es la respuesta cuando el alma se llena de estepas y jaurías hambrientas de un destino incierto.
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