17 mayo 2006

Caronte (Guirigay + Estarcido)

Tus labios, tus ojos, tu sonrisa que tanta luz me han dado y, gracias a los dioses, me siguen regalando a diario. Te observaba entera y en tu ser todo me reconfortaba. Mientras bebías, pausada, una cálida y aromada infusión, se animó mi ego de viajero y te mostré la moneda, una lira maltesa, recuerdo de las suaves islas de la diosa.
-¡Qué moneda más curiosa!
¡Con esa bonita ave en la cara, la barca y el sol en el envés!
¿Con ella pagarás el viaje a Caronte?
Han pasado los días, los meses, tal vez muchos de esos artificiales años en los que intentamos aprisionar al implacable, al que pasó. Han pasado, dejando sus huellas, sus señales pero tus palabras resuenan todavía y tanto en mis oídos. Caronte. Pienso en ti y en los sonidos del recuerdo.
Busco en mi compañero libro “Los mitos griegos” de Robert Graves, a Caronte y me recreo en la lectura. En esa lectura que una vez más me hace recordar aquel triste y sabio epitafio Memento mori.
“Cuando las ánimas descendían al Tártaro, cuya entrada principal se halla en un bosque de álamos negros junto al océano, los familiares piadosos las proveen a todas con una moneda bajo la lengua del cadáver. Así pueden pagar a Caronte, el avaro que las transporta en su destartalada barca hasta el otro lado del Estigia
…//…
Las ánimas sin moneda tenían que esperar eternamente en la orilla cercana, a menos que eludieran a Hermes, su conductor, y se deslizaran por una entrada posterior…”
Envuelto en el aire de este nuestro y gríseo, inmenso y brumoso, océano boreal miro la moneda. La lira maltesa parece tener el tamaño justo para mi boca. Sin embargo, mi optimismo innato me lleva a pensar que si el día en que este tránsito ocurra no estuvieran cerca mis familiares y amigos para proveerme con esta u otra moneda, sabré eludir a Hermes con las añagazas aprendidas durante todo este tiempo pasado y las que aprenderé en el que aun me queda por vivir.

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