El buen humor es una llave maestra y un don divino.
Cuando parece que todo puede ir peor de lo que te imaginabas, pero tienes la suerte o el don de tener buen humor, encuentras un haz de luz detrás de una pared. Aunque sepas que la cosa está mal, lo ves de otra manera.
Digo que es un don divino porque entre las personas que me rodean hay muchas que en las mismas situaciones responden de formas muy diferentes. Unos con una alegría que te preguntas de dónde la sacan (otras veces los pensamientos pueden ser más duros, depende de cómo seamos nosotros). Otros parecen los más gruñones y amargados del planeta. Casualmente los que son más alegres pueden estar pasándolo tan mal como los cariacontecidos y, en cambio, afrontan los hechos con un poquito de alegría. Me atrevería a decir que los amargados muchas veces no saben el motivo de su estado anímico (que se lo pregunten a alguno de esos jefecillos de tribu, que además hay muchos).
¿Qué filosofía les dirige? Tal vez ninguna. Puede ser que sus genes contienen esa sabiduría vital tan buena para la supervivencia: una sonrisa, no usar palabras cargadas de amargura, amabilidad (que no servilismo) y, ante todo, la idea de que si estamos aquí hay que tirar del carro como se pueda y ¿Para que te vas a estar amargando toda tu vida si no hay remedio?
¿Se nota que estoy contento?
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