La palabra olvido tiene tintes de todos los colores, significados de lo más variados.
Muchos cuando oyen hablar del olvido, en la única cosa en la que piensan es que alguien, tal vez ellos mismos, no se ha acordado de hacer algo, probablemente importante. Una connotación negativa del olvido.
Otros entienden por olvido cualquier actitud desdeñosa de una persona hacia otra. El amante olvidado, la amada que nos olvidó. Son sencillamente pensamientos negativos por hechos tristes o dolorosos en nuestra vida. Podríamos decir que todo esto es olvido u olvidos. Pero no es a estos olvidos a los que me refiero hoy. Esos son olvidos de andar por casa. Me refiero a ese olvido que es parte intrínseca de nosotros, de nuestras vidas.
¿Qué haríamos sin ese OLVIDO con letras mayúsculas?
La respuesta que me llega a las teclas es sencillamente que viviríamos desesperados.
Si recordáramos todas y cada una de las cosas que nos han sucedido durante nuestra existencia, sería imposible vivir. Pensemos por un momento en los recuerdos menos agradables: remordimientos, dolor de diferentes matices (desde una herida hasta una pena, desde una enfermedad hasta un desamor), agravios, odios, resquemores, etcétera. Imaginemos que tuviéramos que acordarnos de absolutamente todo esto.
¿Qué nos quedaría?
Un peso insoportable que nos haría sufrir continuamente por lo pasado.
Veo claro que el olvido es uno de los grandes dones que hemos recibido en nuestra evolución como especie. Para los que crean en algunos de los múltiples dioses que hemos creado en nuestra historia humana, está claro que alguno de ellos tuvo entonces la piedad de dotarnos de una gran herramienta para curarnos el alma.
¡Parece mentira, pero sin olvido, la mente estaría tan saturada que no seríamos capaces de disfrutar de los pocos momentos felices que nos depara la existencia!
A la mayoría de ustedes se les habrán olvidado, por suerte, muchos de aquellos días grises de lluvia y de sequía pertinaces, en que unos señores, pongamos como ejemplo a Franco, Videla, Somoza, Pinochet, Nixon y … (añadan el nombre que gusten), campeaban a sus anchas por sus hemisféricos países haciendo de esa justicia ¿justiciera? de la que habla Pepetxu (http://www.espacioblog.com/pepetxu).
¿Se acuerdan de algo?
¿Cómo lo recuerdan?
Tal vez con la tranquilidad relativa que da la distancia temporal y geográfica. Casi lo han olvidado todo o lo relativizan tanto que tintan de algún color ese gris marengo rancio de la vida social y pública de entonces. Como apostilla en su comentario Pepetxu “ si la vida que se ha tenido hasta ahora, no es un camino de rosas”, el olvido tiene una gran bondad terapéutica.
Y desde luego la vida no fue un camino de rosas para muchos cuando los mandamases de uniforme, sable y tamboril estaban en los retratos, la televisión y la radio, cuando sus palabras eran órdenes y el servilismo era moneda común en nuestras vidas. Alguno me dirá que no todos fueron serviles y le daré la razón: muchos no lo fueron o intentaron no serlo. Aunque la vida es única y muy valiosa y no todos han nacido para ser héroes.
Estos señores dictadores de operetas tan catastróficas para sus respectivo pueblos (y para los ajenos), en sus propias palabras pero escritas con la sangre ajena (de miles de personas), eran los buenos, los defensores de los valores de Occidente y de la verdadera Fe cristiana. No tenían ningún temblor en la mano para firmar penas de muerte, ni un instante de duda para negar un indulto para tantos condenados ("mala gente") que en la mayoría de los casos tenían como único delito (pero grave, eso sí), discrepar del mandato divino de los padres de la Patria o sus fieles representantes.
Eran tiempos de propaganda masiva liminal y subliminal, tiempos de pecadores y condenas, de severas miradas sobre la libertad individual en todos los aspectos: políticos, morales, religiosos (si te desviabas de la doctrina oficial), sexuales (no sólo por el machismo chusquero imperante si no por la represión de todo lo que supusiera comunicarse, entenderse, confraternizar mediante algo tan sano como el sexo), educativas (la educación estaba casi militarizada y la jerarquía era clara –en muchos casos aún perdura-).
Eran tiempos que ahora en España y sus múltiples repúblicas quieren reeditar políticos de poca monta, mala baba y peor carácter que guardan entre sus recuerdos camisas azules, correajes y pistolas de su época gloriosa (o la de sus padres porque esta mala sangre parece que se transmite con los genes).
¿Seguirán siendo los buenos?
Así lo parece y nos lo hacen ver al populacho que lo formamos gente sin formación ni ley. Ellos nunca yerran, nunca se equivocan o confunden, nunca son responsables. Por eso, cuando "3" (http://www.lacoctelera.com/3) en su comentario, me expresa su creencia en “que el olvido está directamente relacionado con la capacidad del ser humano. Si tuviéramos una gran capacidad de recuerdo, podríamos tener una visión más global y tomar muchos hechos como poco importantes, ya que hemos vivido situaciones iguales y hemos salido de ellas”, no puedo decir otra cosa que también estoy de acuerdo. Sin embargo, no quiero seguir por una senda tan política ya que con el tiempo hasta los ímpetus ideológicos se refrenan y uno se transforma, o lo transforman los años, en más tolerante con las ideas ajenas (que no con los actos). Por todo esto creo que es un don poder olvidar la mayor parte de aquellas cosas que nos supusieron dolor.
Entiéndanme, no olvidar los hechos ni las personas que los provocaron, pero sí olvidar toda la carga negativa y el sufrimiento que conllevaron.
Recuerden un poco y los que vivieron aquellas épocas (o por desgracia las siguen viviendo en su país en el momento presente), seguro que recuerdan vagamente muchas situaciones que les provocaron un gran daño, un inmenso dolor, la rotura del espíritu o de la autoestima. Sin embargo, muchas de ellas quedan como una ligera raya de lapicero sobre una hoja de un libro. Uno sabe que está ahí, sabe porque se produjo, la recuerda y no olvida, pero el conocimiento permanece vivo.
Por eso, cuando You-Abyss (http://www.espacioblog.com/YOU-ABYSS), “un mecanismo de defensa… que va ligado a la negación, que también es un mecanismo de defensa…”. Nos negamos a recordar el dolor, pero no la vivencia.
Mirando a nuestro alrededor, a nuestra vida cotidiana, podemos observar casos que cuando alcanzas una edad, llamémosla madura, parecen nimiedades (el sufrimiento de un niño cuando se le ha roto un juguete muy querido), o no tanto (el desgarro de un amor apasionado en la adolescencia –que para muchos es una época vital que parece detenida en su vivir- que se acaba o no fructifica y que pocos años después, esa misma persona tiene que hacer un esfuerzo enorme para recordar el nombre de la persona amada) o hechos vitales e imposibles de evitar (una operación quirúrgica, un cáncer, …).
En todos estos casos el olvido ejerce su función terapéutica reduciendo nuestro dolor, subiendo la altura del muro para que aquellas sensaciones que provocan daño y angustia, no desborden nuestra existencia y podamos seguir tirando cada uno de nuestro carro o de nuestro saco cada vez más cargado de sombra y, por suerte, luz.
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