Érase una vez un gato rufo y gordo que entendía perfectamente el lenguaje de las moscas. Las observaba atentamente, escuchaba sus mensajes y, tranquilo, esperaba el momento en que las discusiones subieran de tono. Entonces, en el momento preciso, rápido, increíblemente rápido, de un salto terminaba la conversación cerrando su boca, con una sonrisa, sobre las moscas.
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